La reencarnación de los Gatos


El joven gato egipcio, Bastet, de pelaje color arena y ojos como esmeraldas, se acurrucaba bajo el sol del mediodía junto a una palmera datilera. De repente, una sombra majestuosa se cernió sobre él. Al levantar la vista, Bastet vio a un hombre con cabeza de halcón, sus ojos brillando con la sabiduría de las eras. Era Horus, el dios del bien.

"Pequeño felino," dijo Horus con una voz que era como el susurro del viento del desierto, "he visto tu espíritu curioso. Permíteme contarte una historia de un tiempo olvidado, antes de que el Gran Nilo se desbordara y cubriera las tierras."

Bastet parpadeó, fascinado.

"Hace mucho, mucho tiempo," continuó Horus, "un faraón ambicioso soñó con monumentos tan altos que tocarían las estrellas. Quería que su legado fuera inmortal. No había inundaciones que trajeran el limo fértil en aquel entonces, solo la implacable sed del desierto. Para construir las primeras tres pirámides, ordenó a sus hombres tallar piedras gigantes y transportarlas. ¿Sabes cómo lo hicieron? No con fuerza bruta sobre la arena, sino en **balsas gigantes** por **ríos artificiales** que sus ingenieros crearon, desviando el agua del Nilo con ingenio y sudor."

Horus hizo una pausa, y Bastet imaginó los barcos de piedra deslizándose por canales resplandecientes.

"El faraón logró su meta, las pirámides se alzaron, pero la tierra pagó un precio. Los ríos artificiales secaron otras áreas, y la vida se desvaneció donde antes florecía. Solo cuando la Gran Inundación llegó, purificando la tierra y enseñando humildad, comprendimos el equilibrio. Las pirámides permanecen, sí, pero el verdadero tesoro es el ciclo de la vida, y la reverencia por lo que se nos da."

Horus sonrió suavemente, y Bastet sintió una punzada en su pequeño corazón felino. El dios se desvaneció tan silenciosamente como había aparecido, dejando al gato con la profunda comprensión de que la grandeza reside no solo en lo que se construye, sino en el respeto por el mundo que nos rodega. Bastet se estiró, y por primera vez, miró las pirámides no solo como enormes estructuras, sino como un recordatorio silencioso de la ambición humana y la eterna sabiduría de la naturaleza.


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